Triunfo sin paliativos. Sin contemplaciones. Impecable. Indiscutible de Miguel Ángel Perera en su regreso al Coso de Cuatro Caminos de Santander, una de sus plazas por excelencia. Lo reconoció el torero y se le notó -tan transparente como es- hasta en el gesto, en el fondo de su mirada: se había sentido muy a gusto desde que llegó. Cierto es. A gusto: ésa es la expresión. Y seguro. Y rotundo. Apabullante. De esas tardes que Perera decide que son suyas porque le corresponden, porque quiere, porque le da la gana. Y se adueña de ella, se la apropia y no deja resquicio alguno para nadie más. Sólo cabe él. Asegura el hombre que está feliz y a fe que el torero -se torea como se y como se está- lo atestigua con una evidencia que deslumbra.
Miguel Ángel Perera le ha cortado la oreja a su primer toro, con el hierro de Fernando Sampedro, por el que ha apostado de verdad al observar su prontitud, obediencia y alegría ya desde la forma en que cogía los vuelos de los capotes. Lo disfrutó en un lucido y variado quite alternando gaoneras y saltilleras cargando la suerte, bajando mucho la manos, con la figura encajada y toreando muy despacio y a gusto. Las caricias con que lo bregó Curro Javier y lo pronto y brillante que anduvieron Javier Ambel y Guillermo Barbero en banderillas -tuvieron que desmonterarse ante la cerrada ovación del público- sólo le hicieron bien. Por eso prolongó Miguel Ángel su confianza en las posibilidades de Mosquetero III, que, ya en la muleta, fue cambiando su condición. Mantuvo la prontitud y nobleza con que atendía a los cites y llegaba al embroque, pero, de mitad de trayecto en adelante, renunciaba a su entrega, levantaba la cara y alguna vez también cabeceó. No fue ésta excusa para Perera, que le siguió haciendo las cosas como si fuera mejor de lo que era, tapándole mucho, mejorando sus prestaciones, insistiendo en su planteamiento de faena basada en la firmeza, el poder y la seguridad y sin atender a la influencia del viento, que sopló desabrido por momentos. La importancia del trasteo de Miguel Ángel Perera ganó aún más enteros cuando clavó sus zapatillas en el ruedo ocre de Santander, como mimetizándose con él, fundiendo el color caldera de su vestido hoy -el vestido de la suerte, el de la Puerta Grande Otoño en Madrid y el del indulto de Libélulaen Algeciras– con el del color del piso cántabro. Se lo pasó muy cerca, incluso, se dejó tocar alguna vez los muslos, sin mudar siquiera el gesto, y lo toreó al natural por los dos pitones tras desprenderse de la ayuda y terminar de imponer su momento a base de autoridad y de una luminosa seguridad. La misma con la que se tiró a matar para romper de una vez el maleficio de la última hora. Y, aunque cayó algo trasera la espada y eso retrasó la muerte del astado, fue suficiente para que rodara y Santander -plaza que es pererista por convicción- le pidiera con fuerza el trofeo que le fue concedido.
Fue apabullante la dimensión que dio luego ante el cuarto, un toro de Miranda y Moreno que no tuvo clase. Tampoco le importó eso a Perera. Como tampoco a Francisco Doblado, la pelea que le brindó el burel, levantando al caballo de manos y, aún así, coger el puyazo arriba, mantenerse en su lugar, soportar el envite y el pulso sin rectificar ni quitarse y, al final, ganar enmedio de la ovación del público durante y también después. Cuando Paco regresaba al patio de cuadrillas, Santander se ponía de pie para reconocerle su demostración de capacidad. No le anduvo a la zaga luego su maestro, que llevaba hoy la decisión y el ansia por triunfar prendidos en su mirada. Y como tiene la moneda, la cambia cada vez que quiere. No se lo puso fácil su oponente, bronco y que se quedaba abajo, sin entregarse en los muletazos. Pero no se quitó nunca Miguel Ángel, más bien, se quedó siempre y se montó encima de las condiciones del animal en tandas por ambos lados que tuvieron la importancia del mando con que el diestro de Puebla del Prior se desenvolvió. Hizo pasar miedo cuando se metió literalmente encima de los pitones del toro, que le tocó la banda de la taleguilla en varias ocasiones sin que Miguel Ángel Perera hiciera el menor gesto perceptible de duda o de reacción ante lo que era un claro e incierto cara o cruz. Venció siempre la cara de la verdad y del valor sincero y roto del hombre para triunfar por la vía del sí o sí. Como en el primero, se tiró muy derecho y decidido tras la espada y cobró otra estocada entera que fue de efecto rápido. Coronaba así Miguel Ángel Pererauna tarde soberbia de todo. Soberbio él. Apabullante sin límites.
Prensa Miguel Ángel Perera.